La historia de don Carlos de Viana (1421-1461) siempre fue del gusto de los artistas del siglo XIX por lo dramático y literario de su vida.
Hijo primogénito de Juan II de Aragón y Blanca de Navarra, perdió su futuro trono tras segundas nupcias de su padre con Juana Enriquez, madre de Fernando el Católico. Fernando ante la fama de Carlos en Cataluña consiguió que Juan II lo hiciera prisionero y dejara el trono para él.
Aceptó una vida de retiro y estudio hasta que huyó a Francia y después a Mesina bajo la protección de Alfonso V de Nápoles.
Regresó a España de manera triunfal pero su padre volvió a apresarlo en 1460 y finalmente murió al año siguiente en el Palacio Real de Barcelona.
José Moreno Carbonero (1860-1942) pintó a don Carlos de Viana en el monasterio de Mesina, vestido con ropajes de su alto nivel aristocrático, rodeado de los libros que le ayudan a escapar de su triste realidad, con un perro (símbolo de la fidelidad) dormido apoyado en un sitial preciosamente labrado como si fuera el trono que se le ha arrebatado.
En mano porta un legajo que acaba de leer y ahora tiene la mirada perdida y alicaída, como si fuera a perder la razón en cualquier momento.
En la preciosa biblioteca que le rodea podemos ver grandes volúmenes de pergaminos y documentos que están ajados por el tiempo y por el olvido, siendo un paralelismo de don Carlos.
Pintado en 1881, es una obra de juventud de Moreno y Carbonero y todo un atrevimiento por su parte al realizar una pintura de historia donde aparece un solo personaje, siendo habitual en esta temática que los cuadros estén abarrotados de personajes.
Moreno Carbonero en cambio nos muestra una obra llena de silencio, psicología y profundidad espiritual.